martes, 11 de junio de 2013

INSTRUCCIONES DEL FORO


                                                     FORO

De los 7 saberes de Morin, nos enfocaremos en el número 3 – ENSEÑAR LA CONDICIÓN HUMANA- y el número   4 –ENSEÑAR LA IDENTIDAD TERRENAL-.Las ideas expresadas por Morin deben tomarse como punto de partida para elaborar una triangulación retórica entre el autor, el MPP la cultura y las ideas sobre la tecnología como parte de la cultura de los pueblos. El punto de partida para el análisis es establecer la relación entre la enseñanza de la condición humana e identidad terrenal de MORIN, con los planes del estado para la autodefinición cultural de nuestras comunidades y los planteamientos de GERMÁN DOIG KLINGE. La generación de analogías le facilitará el trabajo. Pregúntese ¿En cuáles planes del estado se reflejan las ideas de Edgar Morin?,¿Cómo llega la tecnología a ser cultura a través del tiempo? ¿Usted que piensa de todo esto?

Tarea 4.- REFERENCIAS
EDGAR MORÍN
Edgar Morin es un Filósofo y político francés de origen judeo-español. Nacido en Paris el 8 de Julio de 1921, su nombre de nacimiento es Edgar Nahúm. Es uno de los pensadores más reconocidos en la actualidad en el tema de la educación y la Multiversidad (1) : única institución en el mundo basada al 100% en la obra de este pensador planetario.

(1)Universidad Oficial: Pensamiento Complejo

Multiversidad Mundo Real Edgar Morin es una universidad a distancia instalada en México. Pero lo más importante: es la institución educativa oficial en Latinoamérica donde se estudian diversos posgrados bajo el prisma del Pensamiento Complejo. Doctorados, maestrías, especialidad, cursos y diplomados inspirados en la obra intelectual de Edgar Morin. Los posgrados se imparten a nivel internacional en más de 25 países de habla hispana en la modalidad virtual, es decir, en línea o a distancia. El pensamiento complejo atrae y aglutina. Docentes y estudiantes de múltiples latitudes del planeta exploran lo inexplorado utilizando una cosmovisión que va más allá de la visión unidisciplinaria de los sistemas educativos convencionales.

Algunas ideas de Morin
LO HUMANO DEL HUMANO:
Este autor aborda la descripción del ser humano desde la unidualidad, explicando que el ser humano es plenamente biológico y cultural. “Si el hombre no dispusiera plenamente de la cultura, sería un primate del mas bajo rango. La cultura acumula en sí lo que se conserva, transmite, aprende; ella comporta normas y principios de adquisición”.( Los 7 saberes de E. Morin, Pág. 23).

http://humanitas.cl/html/biblioteca/articulos/d0030.html
www.unmsm.edu.pe/occaa/articulos/saberes7.pdf

http://www.multiversidadreal.edu.mx/

¿Quién es Edgar Morín?


¿Quién es Edgar Morin?


Edgar Morin (1921) no es solo un ciudadano francés y europeo de gran prestigio intelectual, sino que es también, como lo ha honrado recientemente la UNESCO, un ciudadano y humanista planetario. Edgar Morin es un pensador y un ciudadano del mundo comprometido con los esfuerzos de elucidación del destino humano en la Tierra-patria.
Tierra-patria es un concepto elaborado por Edgar Morin para señalar el lugar de convivencia civilizada de la humanidad en simbiosis con el planeta. Este concepto señala la necesidad de arraigar a la humanidad en el planeta tierra en función de un destino complementario y errante.
Lejos esta Edgar Morin del modelo de ciudadano cómodo y circunscrito a las preocupaciones de su pequeño territorio familiar y laboral. Muy lejos también, de la tranquilidad y el aislamiento académico, por el contrario, Edgar Morin sigue siendo protagonista y contemplador activo de los sucesos y acontecimientos relevantes del devenir actual del mundo. Prueba de ello son sus condecoraciones: Oficial de la Legión de Honor, Comendador de las Artes y las Letras y recientemente Comendador de la Orden de la Legión de Honor de su país.
Desde su participación como combatiente voluntario de la resistencia de su país contra la ocupación nazi, hasta su participación como oficial agregado al estado mayor del primer ejército francés en Alemania en 1945, y luego como Jefe de Propaganda en la Dirección de Información del Gobierno Militar Francés en la Alemania de 1946, Edgar Morin no abandonará jamás esa elección de vida, porque su resistencia no solo ha sido frente al nazismo y más tarde frente al estalinismo, sino que continúa siendo contra toda forma de totalitarismo, incluidas las tendencias humanas que las generan. Su esfuerzo y su prestigio intelectual no residen únicamente en su monumental obra, hasta hoy en curso, compuesta de epistemología, reflexión, autocrítica y análisis de la sociedad contemporánea, sino que reside también, en su resistencia permanente contra toda forma de crueldad (Para una mayor información al respecto ver su autobiografía intelectual Morin, Edgar, Mis demonios, ed. Kairós, Barcelona, 1995)
Pero esta afirmación sería insuficiente si se omitiera su culto desinteresado a la amistad y la comprensión humana. Lucidez y cordialidad son el nombre y apellido de esta persona que hoy es consultada y leída por millares de individuos en todo el mundo. Basta como prueba, los esfuerzos constantes y en expansión, de las traducciones de sus obras a distintos idiomas. Sus obras han sido traducidas al español, inglés, italiano, chino, al japonés, y hasta circulan traducciones; en Irán. Las traducciones de sus obras se reeditan permanentemente en América Latina y el Caribe, y hoy es imposible encontrar un programa de formación de docentes donde no se halle citada, como obra de consulta obligatoria, alguna de aquellas dedicadas al educador, como "La cabeza bien puesta" y los "Siete saberes necesarios para la educación del futuro".
Se agrega a ello, el reconocimiento de más de una decena de casas de altos estudios de Europa y América Latina y el Caribe, que lo han homenajeado con la entrega del doctorado Honoris Causa. Entre las que se pueden citar: Doctor Honoris Causa de la Universidad de Perugia, de la Universidad de Ginebra, de la Universidad de Palermo, de la Universidad de Bruselas, de la Universidad de Odense, de la Universidad del Salvador (Argentina), de la Universidad Federal de Río Grande del Norte (Brasil), de la Universidad Autónoma de Guadalajara (México), la Universidad Veracruzana (México) y la Universidad Autónoma de Nuevo León. Edgar Morin ha desarrollado como investigador un camino de reflexión global, sobre la vida y el conocimiento. Su trabajo decisivo analiza los fenómenos multidimensionales de la sociedad y de la humanidad, en su totalidad y en su complejidad. En función de esto, insiste sobre la necesidad de desarrollar el sentimiento de existencia de una identidad común y de una comunidad de destino que favorezca la emergencia de una conciencia planetaria, para salvaguardar el desarrollo de hominización.
Si se tuviese que resumir en pocas palabras el significado que tiene la obra de Edgar Morin debería decirse que es uno de los intentos más consistentes de este siglo de pensar y describir la complejidad humana. Una complejidad multidimensional al mismo tiempo interrelacionada: la complejidad antropológica, sociológica, ética, política, histórica. Diferentes y complementarias caras de un mismo fenómeno: lo humano. Una complejidad que por ello mismo requiere un titánico esfuerzo epistemológico de revisión y articulación de los saberes y conocimientos heredados. Su obra más importante, elaborada durante más de treinta años, es la serie titulada "El método" conformado, por el momento, por cinco volúmenes, traducidos los primeros cuatro al castellano por la editorial Cátedra. Las diferencias de mitos, creencias, lenguas, costumbres, han ocultado la común identidad bio-antropológica de la especie humana y es preciso, si queremos la continuidad de la especie, recuperar esta unidad conservando sus diferencias para compartir un destino común. La tierra nos dice, no es la adición de un planeta físico más biosfera, más la humanidad. La tierra es una totalidad compleja físico-biológica, antropológica, don de la vida es una emergencia de la historia de la tierra y el hombre una emergencia de la historia de la vida terrestre, no somos ciertamente, dice Edgar Morin, el centro cósmico, pero no nos concebimos sin el cosmos. Hasta ahora hemos ignorado algunas realidades que conforman nuestro destino, hemos ignorado que estamos perdidos en el cosmos, que la vida está sólo en el sistema solar y sin duda en la galaxia, que la tierra, la vida, el hombre, la ciencia, son frutos de una aventura singular llena de peripecias y repercusiones sorprendentes; que el hombre forma parte de la comunidad de la vida aunque la conciencia humana, nuestra conciencia, sea un fenómeno solitario.
La conciencia sobre el destino planetario del hombre es una condición necesaria para realizar la humanidad. La educación tiene como principal desafío arraigar al ser humano en su casa que es la tierra, sin perder de vista que el ser humano es también un ser desarraigado por su propia condición.
Para Morin la base de las políticas de desarrollo deben reconsiderase a partir de un juego contradictorio y a su vez, complementario de acciones que conduzcan a conservar y revolucionar la vida. Un vínculo inseparable dice, debe unir dos finalidades aparentemente antagonistas, la supervivencia de la humanidad y la persecución de la humanización. La primera es conservadora, trata de salvaguardar las diversidades culturales y naturales degradadas por la uniformización, como es la humanidad amenazada por el arma nuclear y la degradación de la biosfera, ambas producto de la alianza de los peores odios y violencias. La segunda finalidad es revolucionaria, se trata de crear las condiciones para que la humanidad se cumpla como tal en una sociedad-comunidad de las naciones. Esta nueva etapa solo puede alcanzarse revolucionando en todas partes las relaciones de los seres humanos con uno mismo, con los demás, con las naciones, con los estados, entre los hombres y la tecnocracia, entre los hombres y la sociedad, entre los hombres y el conocimiento, entre los hombres y la naturaleza. De ahí una paradoja inevitable: la conservación necesita la revolución que asegure la prosecución de la humanización. La revolución necesita la conservación no solo de nuestros seres biológicos sino también de la adquisición de nuestras herencias culturales y civilizacionales.
Hay que continuar defendiéndonos del retorno persistente de la barbarie. No solo de la barbarie que podríamos llamar ancestral, sino la barbarie moderna, fría, anónima, abstracta y mercantilizadora de nuestros tiempos.
Las guerras pero de impacto global incierto, la destrucción del ambiente, los basureros mundiales, la desertificación de la tierra, la contaminación de aguas y de atmósferas, el desempleo, las migraciones multitudinarias, las epidemias, el descontrol de la experimentación biológica, la globalización económica-política y cultural, la automatización tecnológica, la tecnocratización del poder, el desarrollo y difusión del conocimiento, la violencia, la discriminación de la juventud, la desarticulación de las sociedades, el impacto de la comunicación, el deterioro de la educación y de las instituciones universitarias, la angustia, la incertidumbre, la desconfianza como contra pautas de convivencia, las catástrofes físicas, biológicas, psicológicas, sociales, masivas, el crecimiento de la libertad, de la complejidad, del caos y la frontera del orden, cualquier orden, la sobrevivencia, la conservación de la vida, no son materias que podamos captar solo con el ojo solitario de una disciplina científica.
 
En su libro "Introducción al pensamiento complejo" afirma: "Hay una nueva ignorancia ligada al desarrollo mismo de la ciencia, hay una nueva ceguera ligada al uso degradado de la razón, las amenazas más graves que enfrenta la humanidad están ligadas al progreso ciego e incontrolado del conocimiento. Es necesario tomar conciencia de la naturaleza y de las consecuencias de los paradigmas que mutilan el conocimiento y desfiguran la realidad". (Traducido al castellano por editorial Gedisa).
Para Edgar Morin, el gran problema de la ciencia actual es la cada vez mayor compartimentación del conocimiento. Mientras que la cultura general busca la posibilidad de poner en contexto toda la información y las ideas, la cultura científica o técnica, debido a su carácter disciplinario especializado, enfrenta cada vez mayores dificultades para su puesta en contexto.
Actualmente, todo hecho importante debe ser analizado en su contexto social, político humano, ecológico, es decir se tiene que tomar en cuenta el mundo todo. Para tener la posibilidad de articular y organizar la información del mundo, Morin propone una reforma del pensamiento. Esta reforma es lo que llama pensamiento complejo.
Para Morin uno de los grandes problemas de nuestro tiempo es volver a relacionar las dos culturas: la humanística y la científica. En nuestros días, ambas se encuentran empobrecidas.
La reforma necesaria del pensamiento es aquella que genere un pensamiento del contexto y de lo complejo. El pensamiento del contexto busca siempre la relación de inseparabilidad y de ínter-retro-acción entre todo fenómeno y su entorno, y de todo entorno con el contexto planetario. El pensamiento de lo complejo es necesario para captar las relaciones, interacciones e implicaciones mutuas de los fenómenos multidimensionales, y de las realidades que son a la vez, solidarias y conflictivas porque contienen fuerzas que conducen a la diversidad y al mismo tiempo a la unidad. El pensamiento complejo es un pensamiento organizador que concibe la relación recíproca de todas las partes que conforman un todo.
Es necesario incorporar el pensamiento complejo y repensar el destino y la misión de la educación directamente relacionado con el destino de la especie. Objetivo difícil porque la reforma de la Universidad suscita una paradoja: no se puede reformar la institución (las estructuras universitarias) si no se han reformado anteriormente las mentes; pero no se pueden reformar las mentes si no se ha reformado anteriormente la institución.
La reforma de la Universidad implicaría la instauración de Departamentos o Institutos dedicados a las ciencias habiendo operado una reintegración polidisciplinaria en derredor de un núcleo organizador sistémico (ecología, ciencias de la tierra, cosmología); progresaría con la reintegración futura de las ciencias biológicas, ciencias sociales, y elaboraría los dispositivos que permitieran la coordinación del conjunto de ciencias antroposociales y del conjunto de las ciencias de la naturaleza.
A fin de instalar y transversalizar un modo de pensamiento (complejo) que permita la transdisciplinaridad, la Universidad debiera en un primer momento introducir en ella un espacio operativo de articulación transversal de los conocimientos especializados.
 
La reforma del pensamiento es una necesidad social clave: formar ciudadanos capaces de enfrentar los problemas de su tiempo. Ello permitiría frenar el debilitamiento democrático que suscita, en todos los campos de la política, la expansión de la autoridad de los expertos, especialistas de todo orden, que limitan progresivamente la competencia de los ciudadanos, condenados a la aceptación ignorante de las decisiones de quienes son considerados como conocedores, pero que de hecho practican una compresión que rompe la globalidad y la contextualidad de los problemas. El desarrollo de una democracia cognitiva solo es posible en una reorganización del saber donde resucitarían de manera novedosa las nociones trituradas por el parcelamiento disciplinario: el ser humano, la naturaleza, el cosmos y la realidad.


http://www.ciuem.info/inicio/qui%C3%A9n-es-edgar-morin/


TAREA 4 .- FORO


TAREA 4 .- FORO

LA DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA Y CULTURAL DE LA TECNOLOGÍA

GERMÁN DOIG KLINGE



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Conforme la tecnología adquiere más peso en la vida de las personas se han levantado numerosas preguntas sobre su capacidad de influir en el ser humano. Pero a menudo se prescinde de un aspecto fundamental. Cualquier intento por comprender lo que es la tecnología y sobre todo lo que genera en la sociedad debe partir de un hecho fundamental: la tecnología forma parte de la cultura. En efecto, para entender tanto los orígenes como las consecuencias del desarrollo tecnológico hace falta considerar el ambiente en el que surge y en el que adquiere un determinado peso. La tecnología no genera tal o cual influjo sólo por sí misma –ya fuere desde los artefactos o desde los procesos y métodos tecnológicos concretos–, sin que lo genera principalmente porque es parte de un contexto cultural.
Desde esta perspectiva se puede entender mejor por qué se deben considerar como insuficientes tanto las explicaciones que le otorgan vida propia, como las que reducen a la tecnología a un mero instrumento. Los extremos resultan en esto reductivos e incompletos para explicar la realidad. La tecnología tiene algo de autónoma, como tiene también algo de instrumental. Esa autonomía está sujeta a otros factores que están más allá de la mera tecnología, y es ciertamente más que un instrumento. Esto nos lleva a la idea que la persona se hace de lo que es la tecnología y el papel que ocupa en su existencia, y para ello se debe acudir a la pregunta por la dimensión cultural de la tecnología.
En los tiempos actuales ha aumentado la inquietud por la dimensión cultural del fenómeno tecnológico. Diversos analistas contemporáneos han abordado directa o indirectamente el asunto. Incluso algunos, con un cierto exceso, llegan a hablar de una cultura totalmente tecnologizada. Hoy es común encontrar expresiones como tecnocultura (1), cibercultura (2), hipercultura (3), network culture (4), cultura de la computadora (5) o simplemente cultura tecnológica. Aunque la mayoría de estos analistas no se preguntan a fondo sobre la dimensión propiamente cultural del fenómeno tecnológico, en algunos de ellos aparece la conciencia de que la sola tecnología no explica lo que está sucediendo en las sociedades actuales, ni aclara tampoco convenientemente los mismos problemas que han aparecido vinculados directamente a ella. Wiebe E. Bijker señala, por ejemplo, desde su peculiar perspectiva: «Los problemas de nuestras sociedades modernas no son de la tecnología y la ciencia per se, ni tampoco exclusivamente sociales, económicos o políticos. En definitiva estos problemas pertenecen a nuestra cultura tecnológica» (6). A su vez Pedro Morandé afirma: «La esencia de la técnica no se puede encontrar en la técnica misma, ...sino en el tipo de cultura humana que la hace posible. Si queremos entender a la cultura y a la sociedad de hoy tenemos que interrogarnos, en consecuencia, acerca de la dimensión cultural de la técnica, para comprender así también lo que encierran sus productos» (7).
Se trata de un asunto fundamental que permite superar las perspectivas unilaterales y reductivas como las tecnocentristas. La tecnología no tiene por sí misma –ni en general, ni en sus aplicaciones concretas– la fuerza para influenciar de manera importante toda la conducta y el obrar de la persona humana (8). No se descubre ningún sustento para presentarla como un factor que determina inevitablemente la conducta del hombre –como hacen pensadores como Ellul o McLuhan–. La tecnología debe ser mostrada como un factor –en muchos casos importante– en relación a otros factores y en una interacción dinámica con ellos; pero sobre todo en interacción con la persona misma y su libertad. Así pues, se trata de una aproximación que plantea la existencia de varios factores en la configuración de una cultura –uno de los cuales es la tecnología–. De la confluencia de estos diversos factores se puede llegar a una mayor o menor influencia a partir de los productos tecnológicos.

1. La tecnología es parte de la cultura

La pregunta por la dimensión cultural de la tecnología abre una pista muy importante de reflexión. Esta interrogante es posible porque la tecnología forma parte de la cultura del ser humano. De ahí que no sea una pregunta meramente académica, sino que se trata de un asunto de fondo, y en cierto sentido ineludible si se aspira a comprender lo que es y lo que puede aportar de bueno o lo que puede generar de perjudicial la tecnología.
El hombre crece y se desarrolla siempre en una cultura. Se puede decir que la cultura es algo específico del ser humano. El Papa Juan Pablo II ha hecho un valioso aporte en la comprensión de esta dimensión cultural de la persona. Es muy esclarecedor sobre el particular su discurso ante la UNESCO en 1980. Allí el Santo Padre se apoya en un pasaje de Santo Tomás de Aquino que viene a ser una traducción del conocido texto de la Metafísica de Aristóteles sobre la techné: «Genus humanum arte et ratione vivit (9) (...) La significación esencial de la cultura consiste, según estas palabras de Santo Tomás de Aquino, en el hecho de ser una característica de la vida humana como tal. El hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura. La vida humana es cultura también en el sentido de que el hombre, a través de ella, se distingue y se diferencia de todo lo demás que existe en el mundo visible: el hombre no puede prescindir de la cultura» (10). A lo que añade a renglón seguido: «La cultura es un modo específico del "existir" y del "ser" del hombre» (11). En este marco el Papa planteará que la persona «es el único sujeto óntico de la cultura» y también «su único objeto y su término» (12). Se trata de la persona considerada en todas las dimensiones de su ser. En otro discurso muy iluminador el Santo Padre dirá que la cultura proviene del ser humano, está en función de él y es para él (13). En la misma línea había manifestado en Lima: «Una cultura que no está al servicio de la persona no es verdadera cultura» (14).
La cultura se debe entender a partir del fin mismo del ser humano, de aquello que lo hace acceder al "ser". Puesto en otros términos, la cultura se define en función del bien al que está naturalmente orientado el hombre. Viene a ser en cierto sentido como la prolongación de la naturaleza humana y, al mismo tiempo, el vehículo para el cumplimiento de sus finalidades. «Es propio de la persona humana –afirma la Gaudium et spes– no llegar a la verdadera y propia humanidad si no es mediante la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores de la naturaleza... En sentido general, con la palabra cultura se indica todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus múltiples cualidades de alma y cuerpo» (15). Como señala Fernando Moreno, «la neutralidad en relación a la valoración objetiva de aquello que permite, facilita o procura el cultivo de su ser persona, no es posible» (16). Así pues, mediante la cultura –en sus expresiones concretas, es decir cada cultura particular– el ser humano aspira al cultivo y desarrollo de sí mismo y establece relaciones adecuadas consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y –la más importante– con Dios. La cultura así entendida será consecuencia y expresión del equilibrio en la persona humana entre la permanencia en el "ser" y su necesario despliegue. Es desde esta perspectiva que se puede afirmar que la cultura en cuanto producto de la acción del ser humano manifiesta al ser –por eso se puede decir que es epifanía del ser (17) – y lo lleva a su perfección.
Lo que está como transfondo es el principio operari sequitur esse et modus operandi modum essendi –el obrar sigue al ser y el modo de obrar al modo de ser–. La acción o praxis, que está en el origen de la cultura como plasmación del pensamiento, tiene como sujeto al ser humano. Esto implica la prioridad de la persona por ser esencialmente el sujeto de la acción humana. Es un absurdo otorgarle a la praxis la condición de sujeto. En ese sentido el trabajo –entendido como praxis– no puede crear al hombre, como lo pretende el marxismo. El trabajo y la praxis sólo son posibles porque ya existe el ser humano. Es iluminador un texto del entonces Cardenal Karol Wojtyla: «No hay duda de que la cultura se constituye a través de la praxis, a través del obrar del hombre que expresa –en cierto modo revela– su humanidad. Con tal premisa, la cultura se constituye verdaderamente a través del trabajo que implica la "transformación de la naturaleza" y también la "transmutación del mundo", pero a condición de que esta transformación y transmutación correspondan a la inteligencia del hombre y contemporáneamente a un orden objetivo de la "naturaleza" o también del "mundo". Entonces se puede decir que tal obrar o tal trabajo llevan en sí mismos una específica irradiación de la humanidad, gracias a la cual la obra de la cultura se inscribe en la obra de la naturaleza» (18). Y añadirá precisando la relación entre naturaleza y cultura: «En tal caso, a pesar de su diversidad, la cultura y la naturaleza constituyen como una unidad orgánica. Entonces se develan las raíces de la unión del hombre con la naturaleza y al mismo tiempo se devela el lugar del encuentro del hombre con el Creador en el designio perenne, del cual ha llegado a ser partícipe gracias a su inteligencia y sabiduría» (19).
Como se ha señalado ya, en el texto del discurso ante la UNESCO el Papa Juan Pablo II basa su aproximación al tema de la cultura en una cita de Santo Tomás de Aquino que recoge un texto de la Metafísica de Aristóteles: «El género humano vive por el arte –techné– y el raciocinio» (20). Es una perspectiva que abarca distintos aspectos de la manera de vivir y de desarrollarse del ser humano, en sus diversos niveles, incluyendo por cierto el obrar tecnológico y los productos que a partir de dicho obrar se generen. El sentido último de la cultura es que el ser humano llegue a ser lo que debe ser de acuerdo a su naturaleza, es decir de acuerdo a la norma de su propio ser –que no es otra cosa que las inclinaciones fundamentales de la naturaleza humana expresadas en la ley natural–. De ahí que el Papa, siguiendo en su razonamiento, afirme: «La cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, "es" más, accede más al "ser"» (21). Desde el "ser" del hombre se ordena todo su obrar. Esto pone de manifiesto dos asuntos que tocan directamente el tema de la tecnología. En primer lugar, la cultura tiene una directa relación con la naturaleza del ser humano. Y, en segundo lugar, sus productos se deben subordinar a dicha naturaleza y a sus fines últimos. «Se piensa en la cultura –dice el Papa Juan Pablo II– y se habla de ella principalmente en relación con la naturaleza del hombre, y luego solamente de manera secundaria e indirecta en relación con el mundo de sus productos» (22).
Lo dicho pone en evidencia que la tecnología se inscribe dentro del "hacer" o el obrar humano. Como tal debe estar subordinada al "ser". El riesgo principal del tiempo actual en relación a la tecnología es que en el clima de una sociedad agnóstica y funcionalista se desplace el acento del "ser" hacia el "hacer". Esto se genera a partir de una equivocada comprensión de lo que es la tecnología y de cuál es su papel en la existencia del ser humano. Este desplazamiento introduce el criterio de la eficacia como la norma suprema y determinante para juzgar toda la realidad y para adecuar la acción y el sentido de la existencia del ser humano. Se trata de una sustitución de los fines por los medios; lo que es una manera de decir que se da una perversión del sentido de los medios.
A la luz de lo afirmado y poniendo a la tecnología en su lugar correcto es claro que los productos –aunque deben estar subordinados a los fines últimos, a aquello que constituye el "ser" de la persona humana según el divino designio– forman parte de la cultura del ser humano.
El concepto de cultura es muy rico. En el documento de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla se ofreció una definición que recoge los aportes principales de lo que proponía la Gaudium et spes: «Con la palabra "cultura" se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios (GS 53b) de modo que puedan llegar a "un nivel verdadera y plenamente humano" (GS 53a). Es "el estilo de vida común" (GS 53c) que caracteriza a los diversos pueblos; por ello se habla de "pluralidad de culturas" (GS 53c)» (23). El Cardenal Paul Poupard distingue en la cultura las siguientes dimensiones: la psico-somática; la cósmico-material –que incluye el sometimiento del cosmos por el conocimiento y el trabajo, donde se ubica la tecnología–; la social, ética y jurídica; la histórica y axiológica (24).
Hervé Carrier, por su lado, ofrece una descripción que permite apreciar los diversos elementos que la conforman, entre ellos la tecnología: «La cultura es el universo humanizado que una colectividad se crea, consciente o inconscientemente: es su propia representación del pasado y su proyecto del futuro, sus instituciones y sus creaciones típicas, sus costumbres y sus creencias, sus actitudes y sus comportamientos característicos, su manera original de comunicar, de trabajar, de celebrar, de crear técnicas y obras reveladoras de su alma y de sus valores últimos. La cultura es la mentalidad típica que adquiere todo individuo que se identifica con una colectividad, es el patrimonio humano transmitido de generación en generación» (25).
Como se puede ver en las definiciones que se han ofrecido, la tecnología aparece como uno de los elementos que conforman la cultura. Pero ni es el único, ni es el principal. Por ello no se le ha de otorgar un lugar preeminente sino que debe ordenarse al "ser" del hombre. Sin esto todo pierde su sentido y la tecnología corre el riesgo de descarrilarse y volverse contra el mismo ser humano, como parece estar ocurriendo en muchos aspectos en el tiempo actual con ese desplazamiento del "ser" hacia el "hacer". Tener en cuenta lo que hemos llamado la dimensión cultural de la tecnología ayuda a comprender cómo es que ésta puede influir en la persona humana. Y ofrece también algunos criterios de fondo para entender cuál debe ser su lugar.

2.Relación recíproca con la cultura

Si partimos del hecho de que «toda la actividad del hombre tiene lugar dentro de una cultura y tiene una recíproca relación con ella» (26), entonces debemos considerar que todo su obrar es generador de cultura y que a la vez está en interacción con ella. Dentro de este obrar se encuentra la tecnología. Cuando el Santo Padre afirma que entre el ser humano y la cultura se genera una relación recíproca está evidenciando el doble dinamismo de toda auténtica cultura. De un lado, ya se ha visto que la cultura tiene su origen en el ser humano a través del tiempo –y por esa razón se insiste en que la cultura está al servicio de él y no al revés–. Pero esa cultura creada por el ser humano se convierte en algo objetivo externo al hombre con influencia sobre él. Puesto en otros términos, la acción humana no se realiza en una sola dirección. Cuando se hace algo se inicia un proceso interactivo. Se producen unos efectos que no permanecen fuera de la persona sino que regresan, por decirlo de alguna manera, hacia ella.
En un proceso análogo al mencionado cuando se afirma que la tecnología forma parte de la cultura se pone así en evidencia una doble corriente de interacción: de la tecnología sobre la cultura y de la cultura sobre la tecnología. Desde esta perspectiva dinámica, por un lado se afirma que hay un conjunto múltiple de factores operando en el desarrollo tecnológico y afectando su influjo sobre el ser humano. Pero al mismo tiempo se admite la importancia de la tecnología y su peso en la misma configuración cultural y por ende su influjo sobre la persona misma. De esta manera, si la tecnología responde también al cambio cultural y se ve influida directamente por él en su diseño y aplicación, al mismo tiempo juega un papel importante al influir en dicho cambio cultural. Y es que la tecnología es uno de los factores de la cultura que genera un impacto significativo en la configuración de los patrones culturales de un grupo humano. Esto es más fácil de comprender hoy en día en que la tecnología ha adquirido un peso tan importante.
El rechazo a una posición determinista no debe llevar al error de pretender que el uso de una tecnología específica en un contexto preciso no tiene consecuencia alguna en las personas y su cultura. Georges Friedmann, hablando de la técnica, afirmaba: «En el curso de una aventura milenaria en la que causas y efectos se entremezclan y se condicionan recíprocamente, el hombre modifica su medio y, a través de su medio, se modifica él mismo y se proyecta hacia nuevas transformaciones» (27). Es decir, entre los cambios que realiza el ser humano y su medio hay una acción recíproca. O, puesto de otra manera, transformando su medio y edificando una morada el ser humano se transforma a sí mismo en alguna medida. Un repaso a la historia de la humanidad revela que todo cambio tecnológico importante ha tenido algún grado de influencia en los pueblos. Y algunos de estos cambios han producido impactos de grandes proporciones. Se podría mencionar por ejemplo la invención del reloj mecánico, la imprenta de tipos móviles de Gutenberg, la máquina a vapor, el descubrimiento y utilización de la energía eléctrica, el telégrafo... Todo esto, claro está, en el juego de interacción y de influencias recíprocas. Algunos efectos son positivos. Pero otros son negativos. Por ejemplo, ¿cuánto han afectado las píldoras anticonceptivas las costumbres sexuales y la vida familiar?
El asunto central para comprender qué significa que exista una relación recíproca entre el ser humano y su cultura, y dentro de ello el papel que ocupa la tecnología, está en la manera como el ser humano se entiende a sí mismo y como piensa y comprende la realidad; se incluye aquí la forma como entiende y valora todo su obrar y, dentro de ello, como comprende el papel y ubicación de la tecnología. El Papa Juan Pablo II lo ponía en evidencia al señalar que «la primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí mismo y de su destino» (28).
A la luz de lo dicho se comprende que cuando se menciona la dimensión cultural de la tecnología se está hablando en el fondo de un asunto antropológico. La producción tecnológica evidencia en alguna medida una concepción de lo que es el hombre que la genera y los valores o antivalores que posee. Por ello la pregunta por la dimensión cultural trae consigo una pregunta por el concepto de ser humano que está detrás del desarrollo tecnológico. Se refiere tanto a cuál sea la concepción de ser humano que se encuentra en el origen de la tecnología, como también la que tiene el que la aplica y usa. De la imagen que se tenga de lo que es ese ser humano –de su naturaleza, el sentido de su existencia, su fin último– se desprenderá lo que se espera de la tecnología, lo que se quiere que ésta haga y el rol que se le otorgará en la vida social. La dimensión cultural vendrá a ser la plasmación de esa imagen del ser humano, a través de la concreción de los valores, criterios, líneas matrices de pensamiento, actitudes básicas ante la vida, en un determinado entorno, en medio de los cuales vive la persona.
Este asunto ha despertado cierto interés en algunos analistas. Aunque lamentablemente no siempre se dé el paso hacia la pregunta por la dimensión cultural ni se tenga en cuenta los asuntos antropológicos de fondo. En ese sentido cada vez aparecen más analistas que dirigen su atención hacia el lugar y el rol que se le asigna a la tecnología en una sociedad. Por ejemplo, Mark Weiser y John Seely Brown anotan que el marco para comprender los efectos de la tecnología debe ser el tipo de relación que las personas establecen con ella. En un artículo sobre la tecnología que han llamado ubiquitous (29) ponían como premisa para abordar el asunto lo siguiente: «Las oleadas importantes de cambio tecnológico son aquellas que fundamentalmente alteran el lugar de la tecnología en nuestras vidas. Lo que importa no es la tecnología misma, sino su relación con nosotros» (30). Lo que no ponen de manifiesto estos dos analistas es que la pregunta por el lugar de la tecnología y por la relación del ser humano con ésta lleva directamente a la pregunta sobre la concepción antropológica que se tiene.
Nos situamos así ante una pista muy importante. El valor que la tecnología adquiere en una cultura parece estar directamente relacionado con la idea que las personas que forman esa cultura tienen de sí y de la tecnología, es decir, el valor y función que le dan a la tecnología en relación con el entendimiento de sí mismos y con su despliegue personal y social. Joseph Weizenbaum permite ampliar la comprensión de este asunto cuando dice: «Las decisiones que toma el público en general acerca de las tecnologías emergentes, se basan mucho más en lo que el público le atribuye a dichas tecnologías, que en lo que realmente son capaces o no de hacer» (31). Esto puede ciertamente generar un círculo vicioso, que retroalimenta cada una de las ideas que hay detrás de la aproximación a la realidad. De esta manera, una idea que "deifica" a la tecnología le dará un mayor peso en la manera de entender la realidad; y al entender cada vez más la realidad desde el filtro de la tecnología se reforzará la "deificación" de la misma.
Así pues, uno de los factores más importantes para comprender la influencia de la tecnología es la "idea" que se tiene de la misma. Aunque esta "idea" surge del contacto de la persona con un producto tecnológico concreto, tiene un influjo de los criterios imperantes en un contexto cultural. Es decir, la interacción entre la persona y el producto concreto tiene una suerte de mediación en los patrones culturales dominantes –se está hablando de influencia y no de condicionamiento, como pretenden algunas corrientes del determinismo tecnológico–. Ahora bien, la "idea", que pesa tanto en el diseño como en la utilización de la tecnología, puede ser una "idea" correcta –es decir, conforme a la naturaleza del ser humano– o puede ser una "idea" equivocada –es decir, reñida con la naturaleza–. Si es una "idea" correcta se podrá ubicar a la tecnología en el lugar adecuado subordinado, y como tal su influencia puede ser orientada al bien. Pero si no es así, si prevalece la "idea" errada, se cae en problemas como el que se está viendo actualmente de desplazamiento del "ser" al "hacer" y a la absolutización de la racionalidad tecnológica como el criterio supremo de la acción del ser humano y del sentido de su existencia.